Nada más llegar a Madrid conocí a una chica que había estado en Belfast durante el mismo periodo que yo, hace nueve años. Allí era fácil saber cuántos españoles deambulábamos por las calles. Sin embargo, inconscientemente, le dije: «no me suenas de nada». Inconscientemente, repito, porque para llevármela al catre le habría asegurado cualquier cosa. Incluso que habíamos coincidimos en un curso de macramé o de masaje ayurvédico. Pero no supe estar rápido, y Alvin la cogió de la mano. Mientras se iban -en una despedida que podría haber sido en la puerta de su casa y no en la boca del metro- se justificó: «Bueno, estaba un poco más gorda», musitó. «Yo era un poco más alto», mentí pensando, demasiado tarde, que así podríamos empezar de cero.
Ni con esas. Me quedé sólo con Pablo, recordando lo cerquita que estaban las últimas dos tardes en el Helios, apurando la caída del sol con un vermú. O, en su caso, con un bourbon. Cada vez que pedía uno, yo le cantaba: «Bebes tu bourbon, mascas tabaco, cabalgas solo: ¡Eres tú, John Wayne!», y él sonreía de medio lado, un poco más que en esta foto, tomada antes de que nos sentásemos en la terraza de atrás, dando de lado a Manuel Vicent y su tertulia con Álvaro de Luna:
La tarde para nosotros empezaba después del desayuno. Las noches eran tan largas que al volver a casa, Paloma, su madre, nos recibía con un café, un cigarro y una pregunta inapropiada para cuando no sabes ni dónde estás: «¿Os lo habéis pasado bien?»
Antes de que el ferry de Ibiza se acercase al puerto y señalara el final del día nos metíamos a nadar. La primera vez lo hicimos alegremente, justo después de que mi madre me dijera «Ten cuidado hoy, que hay bandera roja», como si fuese una socorrista de la Cruz Roja, y yo tratara de tranquilizarla así: «No te preocupes, que esa parte es de roca y no hay bandera».
Estando en el agua, Pablo me propuso llegar a la cala nudista, así que empezamos a dar brazadas. Cuando ya estábamos a unos veinte minutos, le dije: «Hostias, si allí tenemos las mochilas con todo». «Yo no me preocuparía por las mochilas, me preocuparía por el coche», soltó mientras seguía buscando pulpos.
Al volverme de Denia y contar la rutina, mi madre me dijo: «Siempre estás con el ron y esas tonterías», añadiendo a la lista uno de los continuos aforismos que flotan en su manual interminable de progenitora. «Es temporal, que estamos en verano», me defendí. «Es que en esta casa lo temporal se convierte en eterno», clausuró antes de meterse en la habitación y ver la tele abducida, tal que así:
Yo hice lo propio, y me puse lo último que había conseguido del videoclub. Me enchufé Searching for Sugar Man en bucle, como si no supiese de qué iba cada vez que la empezaba. Luego tocaron Amor y No. De la primera se han dicho muchas cosas, y es una torpeza añadir nada. Sobre todo cuando te hace tanta ilusión, como a Néstor, coincidir con Boyero.
De las otras sí que me apetece dejar una nota chorra: no sé qué les pasa a los críticos, pero a mí La cinta blanca y Amor me han dejado una sensación tan extraña que no creo que las vuelva a ver. Algo que no me pasa con, por ejemplo, Funny Games o Caché. La chilena No tiene un comienzo cautivador, pero me quedo con el llanto sostenido de Gael García Bernal tras despedirse de su exmujer, viviendo con otro hombre. Qué forma de conmover, el cabrón, y qué guapo sale en todas sin quererlo. Da lo mismo que haga de granuja mexicano en Amores Perros que de soñador sensible en La ciencia del sueño.
Nada más. Dejé las impresiones absurdas a un lado y me fui a dar una vuelta. La dureza de las historias me tenía tan melancólico que el disco de La Mala Rodríguez que escuchaba me sonaba especialmente macarra. Lejos del engreimiento juvenil que me contagia habitualmente.
Al volver a casa ya estaban las maletas hechas. Llamé a mi hermano y le dije: «Mañana nos vemos», antes de dictarle una agenda de citas que llegaba hasta el siguiente verano. «Vale, pero yo estoy hasta arriba», esquivó. Así que me junté con Pablo y Alvin y nos quedamos sentados.
Total, tampoco ha pasado tanto entre esta instantánea:
Y esta:
Bueno, sí: la chica que estuvo en Irlanda ha perdido peso y yo he menguado. Aparte, no es la primera vez que nos toca empezar de cero.
engreimiento juvenil…engreimiento juvenil ….andaaaa, anda. Oye, muy buena esta entrada eh, en serio. Y muy jefa tu madre.