Archivos del mes: 23 abril 2012

Un día en la montaña.

El fin de semana parecía perfecto. Montaña, derby y playa. Por eso, el viernes había que guardar fuerzas y tan solo fuimos a cenar y al cine. Vimos ‘Madrid, 1987’. Una película que, con miedo de aconsejarla, puede provocar indiferencia o pasión en la misma medida. A mí me causó lo segundo. A Celia, lo primero: «Otra vez». «Buah, y ahora esto» o «Menos mal, porque si no…» fue su letanía durante la hora y media de película. Tiene delito que cuando a uno le está gustando al otro le da por fastidiarla. Pasó con ‘El árbol de la vida’, pero esa es otra historia. A mí los ecos (joder, qué profundo) de Azcona, Fernán Gómez o Manuel Vicent que resuenan en los diálogos me convencieron. Incluso más que las tetas de María Valverde.

Pero antes, cuando todavía no teníamos por delante la peli, nos tomamos algo enfrente. Celia llevaba todo el día de curro y con traje, así que por la noche le apetecía serenarse y hacerse un foto nueva para rehacer el currículo. Eligió esta:

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A mí no me pareció mal, porque- al fin y al cabo- antes me había cruzado con el primo de Jaime Urrutia unas calles más allá:

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Estuve a punto de preguntarle dónde se había dejado la rosa y el pañuelo o si había encontrado el sosiego y la calma en la Malvarrosa igual que en Soria, pero no me contestó. Es cierto eso de que acercarte a tus ídolos es perjudicial.

En fin, después esta discusión profunda, nos esperaba la montaña:

YO: No te ha gustado porque no sabías a lo que venías, como con ‘El árbol de la vida’.

CELIA: No me ha gustado porque no me ha gustado. Y, además, sí que sabía a lo que venía, capullo.

Así que me levanté a las 8 de la mañana, el día más temprano en los cuatro meses que llevo en Valencia. Quedé con Lelo y nos fuimos hacia Buñol. Antes de empezar la marcha, reservamos una pitanza de carne en el bar del pueblo y nos hicimos la foto de grupo, por si a mitad de mañana faltaba teníamos que mandar pruebas a la guardia civil. Aquí, la fucking crew, como diría Luna Miguel, sin gafas de pasta ni poemas en los bolsillos:

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Eran las diez, todo hay que decirlo, y no habíamos empezado ni a caminar. Después, tras dos bajas a la media hora, seguimos durante toda la mañana. En el camino fuimos desentrañando el funcionamiento del mundo, nuestro papel en el universo y, lo más importante, nuestro futuro lejano y la mísera herencia que recibirán nuestros vástagos:

Sergio: La otra vez andamos 10 kilómetros.

Yo: Será ‘anduvimos’, ¿no?

Sergio: Es que siempre me equivoco. Y cómo se dice, ¿Ves o ve? ¿Cloquetas o croquetas?

Yo: Esas no la sé. Es que la otra la conozco por un chiste que contaba mi padre.

Sergio: O, la más difícil, ¿Cómo se dice, mayonesa o mahonesa?

Lidia: Joder, qué conversación más esnob.

Así que llegamos rápidamente al bar. Como llevábamos un chándal Quechua recién comprado, quisimos pasar por senderistas profesionales, así que pedimos varias botellas de vino con gaseosa, jarras de cerveza y una de coca-cola de litro, para recuperar los azúcares perdidos. Mientras, nos iban surtiendo de chuletas, huevos fritos y patatas, tal que así:

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Nadie quería las olivas, así que me las fui tomando yo tirándole los huesos a los perros que se arremolinaban alrededor. Lelo, que conducía y se había retirado en la primera subida porque a Vicenta, que no quería venir, le había dado un vahído, prefería los higadillos:

Lelo: Es que he hecho mucho esfuerzo y necesito grasas.

Sergio: Eso, aprovecha que te esperan varias semanas de dieta del caballo.

Lelo: Eso que es.

Yo: Pues lo que te espera: agua y paja.

Sergio: Pero no te preocupes, que las mejores pajas son de casado.

Camarero: ¿Queréis algo más? (Pensando: «Tienen razón estos chavales»)

Así que recogimos todo. Nos volvimos a la ciudad. Preparamos el partido y, cuando ya estaba a punto de llegar al bar del puerto donde lo íbamos a ver, me tuve que meter en un baño porque no llegaba. Vi unos minutos haciéndome el despistado y cuando pasé al retrete, fuera cantaron el primer gol del Madrid.

Perra vida, pensé.

Eso sí, al llegar a la terraza del puerto vi la segunda parte, cenamos y bailamos en unos sillones preparados para la vulgar y llana Copa América. Ayer, por fin, tuvimos nuestra merecida playa y vimos ‘Biutiful’.

Celia: Qué peliculón.

Yo: Bueno, está muy bien pero hay algo que le impide ser extraordinaria (un apunte de domingo a las 6 de la tarde, para que veáis).

Celia: Ya te has vuelto a copiar de lo que yo pienso.

Lo dicho: perra vida.

Diálogos de entomólogo.

Ruta de senderismo. Barbacoa a la vista. Almuerzo en la montaña.

Yo: Pero, ¿tú no estabas haciendo la dieta Dukan?

Lidia: Sí, pero la hago un par de semanas y la dejo.

Yo: ¿En qué consiste?

Lidia: Solo puedes comer carne. Y un par de yogures a la semana, pero yo me tomaba uno al día. Me la sudaba.

El plato más fotografiado.

Álex: Ye, nano, ¿quién no tendrá una foto con una paella?

Alberto (una semana más tarde): Mis padres.

Por eso, después de 17 años de apartamento y una terraza que en cuanto tengamos niños se convertirá en una nave acristalada, según amenazó mi madre, aquí va:

A Celia se la ve contenta. No sé si por la paella, los entrantes o la mañana al sol. El caso es que una comida de domingo con los suegros podría ser peor, la verdad. Podría tocarte en Las Matas, por ejemplo, y con coliflor o lombarda de comida.

Pero le pilló en Tavernes, donde estaban también mi prima y Fede y jugamos a las palas hasta que nos quemamos la espalda. El agua no estaba tan caliente como en verano, claro, pero tampoco tan fría como la del cámping de Uganda de donde salió Celia corriendo como si fuera la niña de Nagasaki. Por eso, metidos en faena arreglando un pinchazo en la bici, se nos ocurrió la idea de resucitar a Rufus. Rufus, el pobre cocodrilo pornográfico, nos ha acompañado algunos veranos hasta que una pequeña raja le punteó la pata. Desde entonces solo se le hincha el tronco, la parte central.

Para solucionarlo montamos un zafarrancho en el garaje y nos pusimos manos a la obra: pegamento, papel de lija y parches.

Cada poco tiempo teníamos que retirar los bártulos para que pasaran los coches. Para presionar los parches pusimos un cartón de leche. Dejamos a Rufus metido en el trastero hasta la mañana siguiente, pero no pudimos hacer nada por salvar su herida.

Al subir a comer, un grupo de chavales de un piso inferior estaba desayunando macarrones con tomate y atún después de beber calimocho. Una mezcla perfecta que debió de inventar Arzak mientras se iba de pintxos por Donosti. Llegaron mis tíos, los chicos durmieron la siesta para hacer hueco para las pizzas con ron de la noche y nosotros nos tuvimos que volver a Valencia.

Antes, echamos un vistazo a la terraza de abajo:

Aquí nos pasaron todas las temporadas de Lost y yo vi de fondo tres o cuatro capítulos mientras leía los suplementos atrasados. Cuando llegó Celia, yo no sabía muy bien dónde estaba y me acordé de su cara unos días antes, viendo un programa de calidad de Cuatro:

Así que me fui a dormir. Hasta esta mañana, que me he levantado con tiempo para ver dos capítulos más y venir a la redacción con cara de susto. Fuera, encima, bochorno y obras. Qué pena de lunes.