Archivos del mes: 20 diciembre 2011

Time is flying.

Con este extraño sintagma- una mezcla de tiempos atemporales con continuos que solo los ingleses saben conjugar- se resume el devenir cotidiano de los que vemos el calendario adelgazar y las finas láminas reposar en el fonde del escritorio.

El tiempo vuela. Sí. No solo para Constança, que ahora (con 4 meses) abre los ojos intentando atrapar el mundo, sino para todos. La cuenta atrás del bebé se cuantifica en meses, incluso en semanas. Superados cierta etapa, el tiempo fluye por años, quizás por trimestres. El caso es que, en los albores de mi 28 cumpleaños y despidiendo, a la par, un año que ha pasado a ratos, observo las fotos de una criatura que hasta hace unos segundos lloraba sin parar y ansiaba regresar al vientre materno.

Ahora no. Ahora se mueve a cada ruido extraño. Pregunta con el dedo y requiere de la atención de su madre cada vez que ésta se aleja de su órbital corporal. Constança muestra cómo nos hacemos mayores. Constança devuelve vida a sus padres, que se quedan extasiados mirándola aunque siga pidiendo a gritos algo de mamar.

Consta´ça es una referencia. Un marco del paso por Lisboa, duerme Lisboa, y del placer de seguir viendo a tus amigos por medio de ojos ajenos.

Mañana imprimimos el periódico final. Mañana abandonamos el polígono de Suanzes después de un año de acampada. Cuando uno se interesa sobre algo lo ve en todas partes. Este año de ubicuidad informativa hemops estado en el norte de África, en los baserris del País Vasco, en la indignación popular y en las poltronas de políticos inmóviles al cataclismo.

La información seguirá ahí, ajena pero con un guiño hacia los que la transmiten. Es uno de los adioses perdidos en un bucle diario.

Pero no importa. Todos sabemos que los tiempos están cambiando. Que el mendigo que veíamos al bajar por Ercilla ha encontrado otro lugar, lejos de la oficina de empleo donde se resguardecía. Que una indigente de cara cetrina y chaqueta ajada se levanta cada día y coloca cuidadosamente los cartones que la abrigan.

Seguimos adelante, aunque nos pese. Porque, desde que nacemos, el que no llora no mama, y el que no mama no caga.

Hopper y consejo de sabios en la sauna.

ImageEsta es una entrada caduca. Caduca porque hacía tiempo que quería escribirla con el nombre de ‘Hopper en la sauna’ y, sin embargo, el transcurso de los días ha ido añadiendo enjundia a un post meramente imaginativo.

En la sauna de Pueblo Nuevo suele haber un señor mayor. Un viejecito que se sienta en los bancos absorto, con las manos juntas y mirada perdida. Trasluce una mirada de profunda tristeza y parece que vive en un eterno sufrimiento. Da la impresión de haber sido víctima de una desgracia de las que dejan una huella imborrable en la pupila. Apenas dice nada. No lee. No descansa con relax. Simplemente pasa el rato, como si lo único que le quedara fuera contar los días que le quedan por aquí.

Y, sin embargo, el otro día resucitó. A una simple pregunta de cómo estás se solto en un interminable monólogo que fluctuó entre la crisis actual y las miserias personales al margen de esta chapuza de sociedad. No le faltó nadie: Zapatero, Rajoy, Mourinho, Botín… Se despachó a gusto. No había quien detuviera semejante torrente de exabruptos y quejas hilados por un castizo «vamos, no me jodas». Me hizo una extraña ilusión escuchar todo lo que tenía que decir y me hizo pensar que, probablemente, un cómo estás sea más útil que miles de libros en soledad o que recetas firmadas, con copago o sin él.

Lo de los sabios es otro capítulo que no tiene más curiosidad que encontrarse algunas mañanas a una pandilla de hombres en la cincuentena con albornoz extremadamente blanco que compaginan charla de política con fútbol o mujeres. Un ágora popular, lllano o soberano que se podría utilizar de hemiciclo de vez en cuando.

A lo mejor entre sudores y cesiones de palabra se llagaba más fácilmente a un acuerdo.

Buenafuente, Berto, Morgade y la calle más larga de Madrid

Hay un momento en tu vida en el que todos los que te rodean viven por Arturo Soria. Decir «soy de Arturo Soria» es como decir «pertenezco a una pandilla en torno a los veinte años, estoy en primero de facultad y salgo los jueves». Y es que hay calles que trazan una radiografía líneal de tu vida sin darte cuenta, siempre como un mantra ajeno.

Lo pensaba el otro día durante la presentación de Terrat Pack, obra que veremos en breve y que presentaron en un hotel de Manoteras, al uso polígono gris y periférico desde el que se ha empezado a construir la famosa Valdebebas y que pretender cerrar la cuadratura del círculo en una comunidad plagada de colmenas sin barrio.

ImageAllí estaban Berto, Buenafuente y Ana Morgade, intuyo que a pocos metros de su residencia habitual. Y lo intuyo porque hace años me tocó pasar por allí para una despedida sin vuelta de hoja. Ése fue el inicio, paradógicamente, del trayecto que me llevó desde un pasado no muy lejano hasta el presente más actual: encuentro con Ana y comienzo en el úlltimo número de Arturo Soria. Calle Caleruega, una dirección repetida en cartas y postales y solo materializada una vez (ahora también la veo en la contra de Público); calle Cascanueces, nombre operístico para folios posveranos enviados a un amigo de pandilla cuando la distancia entre dos paradas de metro era un abismo; embajada de China y emblema del fatal destino de viajar contracorriente; Centro de menores de Hortaleza y, por fin, redacción en Suanzes.

Quizás no sea la calle más larga de Madrid, pero es, en cualquier caso, la distancia más larga entre dos puntos vitales.