Archivos del mes: 30 julio 2011

Cerrado por trabajo.

Pienso en la noche. Pienso en estar un sábado por la tarde solo en una redacción de periódico. Las luces estás apagadas por sectores y sólo se oye el tenue zumbido de los ordenadores encendidos. Media tarde en un polígono que llega a su punto de ebullición entre semana y descansa sábados y domingos.
Casi cambio de mes. Cierran los polideportivos, las bibliotecas y las calles rugen de otra forma. En agosto se descubren los parques en Madrid, que decía Benedetti. Todo parece más tranquilo aunque todo siga igual.
Y llega la noche. Parece un momento de tregua al calor, pero qué va. Jode más que por la noche haya bochorno.
Y el caso es que recuerdo noches en los Andes. Y lo recuerdo porque lo hablaba el otro día con Pablo: eso tugurios de pinturas goyescas. De gente con piel de cuero y deformada por el alcohol, con aliento insecticida y bebiendo ‘chicha’ de maíz, una bebida oscura y densa, con tropezones sólidos y un sabor amargo.

Se va el mes. Pienso en Goya y pienso en que el último sábado que pasé aquí mi padre se llevó tal cantidad de periódicos que se pasó hasta el día siguiente leyendo.

Remedios engañosos contra mosquitos. (Ejem)

“La ingesta de vitamina B1, ajos u otros alimentos: En determinados círculos, existe la creencia de que tomando determinados remedios naturales como vitamina B1 o ajo diariamente durante el verano, cambia el olor corporal y eso repele a los mosquitos. Seguro que comiendo ajo todos los días espantas a otros animales, pero en cuanto a los mosquitos les da bastante igual, tanto el ajo como la vitamina B1. Tampoco existen pruebas de que ingiriendo algún alimento en particular sirva de algo en la prevención de mosquitos.”
Blog de la Doctora Shora, EL PAÍS.

Caímos. Sin dudarlo. Ahí estábamos: enfrente de una farmacia tailandesa que en un pis-pas nos clavó cuatro kilos de vitamina B1, un tratamiento de Malarone (que si funcionaba lo de la B1, ¿para qué cojones nos hacía falta?) y unos cuantos añadidos que lo pillamos simplemente para seguir hablando con la tailandesa (y la farmacéutica) más simpática que conocimos.
De hecho, llegamos hasta a bajar el botiquín entero y hacerle un tercer grado de cada una de la medicinas que llevábamos. O incluso obligarle a sacar un mapa del mundo e ir continente por continente mirando cada enfermedad posible.
Todo eso para que, nada más llegar a África entráramos en una especie de farmacia y la dependienta nos dijera que allí no utilizaban nada. Que el Malarone era muy fuerte y que el procedimiento habitual era pillarla e ir al hospital, como con un resfriado.

Si es que no hay nada como encontrarte a alguien con bata: te lo crees todo. Ya te puede decir que el valium es aconsejable para trabajar o que las anfetaminas sirven para calmar los nervios. A mí, aparte, me encanta consultarles todo, como si fueran el oráculo: ¿es malo salir a correr con calcetines oscuros? ¿Viviré mucho tiempo si me hincho a cereales antes de dormir? ¿Es buena la última de Angelopolous?

Miseria y sequía informativa

Una pena. La inanición azota el cuerno de África y los medios españoles sólo le prestan atención en momentos de sequía informativa. Somalia, Sudán, Kenia, Tanzania.

Lugares que apenas aparecen el los diarios. Lugares olvidados y vidas, como las cataloga Zygmunt Bauman, desperdiciadas.

La información se vuelve cada vez más rápida. Cambiamos doscientas veces al día de noticias, de portada, y vamos de uno a otro lado sin masticar los contenidos.

Hasta que la realidad se impone y requiere su espacio. El espacio perdido del olvido global. Miles de campos de refugiados, el vertedero social, se implantan en fronteras que los líderes no desmontan. Que van cocinando a fuego lento, como si fueran unas lentejas, hasta que se les junta la basura encima de la encimera y no te queda más que ponerla en compostaje.

Apoyan dictaduras, negocian depósitos, mandan a unos cuantos misioneros y voluntariosos a montar una escuela y lo dejan en ebullición hasta que salta la tapa y se quema la encimera.

Luego, cómo no, los gastos corren a costa de las donaciones y la mala conciencia de los privilegiados.
Recorrimos algunos territorios desérticos, yermos, de gente desnutrida y hambrienta. Íbamos de turistas. Compramos un diente de león y lo trajimos como regalo de navidad. Me gustaría volver a esos lugares. Quedarme una temporada. Poder contarlo. Saber, de verdad, por qué pasan estas cosas. Las sequías y los asentamientos no pasan de un día al otro. Esto no es actualidad. Es una constante que nuestros medios no reflejan.

Esto también es el embrujo de África. El embrujo de la exhuberancia. De la explosión de sabores, de colores, de olores, de gente, de paisajes y también, por desgracia, de miseria.

Dos libros, a botepronto.

“Los nombres de las localidades era lo único que parecía aún tener significado. Las palabras abstractas como gloria, honor, valentía o santidad eran indecentes comparadas con los nombres concretos de los pueblos, con los números de las carreteras, con los nombres de los ríos, con los números de los regimientos, de las fechas.”
Adiós a las armas, Ernest Hemingway.

El gran Hemingway. El maestro. El cronista del S. XX. El ácrata que participó en todas las contiendas, que conquistó todas las mujeres y las cimas de África, en un libro iniciático. Adiós a las armas es el Lo que el viento se llevó del brigadista. El melodrama de sobremesa de los cánones literarios. Pero está bien. Hay que reconocer que aunque caiga bien este viejo gruñón y comunista que se rehogaba de daiquiris en el Floridita junto a Castro, abusa del “querido”, “querida” y demás cursilerías que, sin saber si son una cuestión de estilo o de traducción, echan para atrás. Lo bueno: es un clásico que se puede leer de forma ligera. De estos que pillas haciéndote el enterao y te lo acabas pensando “Joder, si me costó más el de Elvira Lindo”. Luego es agradecido: cargas con un Hemingway a las espaldas sin el esfuerzo que aparenta solo con leer el nombre o ver la tapa. Entre este y La montaña mágica, empiezo a creer que dentro de setenta años La sombra del viento estará en antologías literarias.
Otro más, así, de sprint, es Sin noticias de Gurb. Libro/serie de artículos de Eduardo Mendoza que se lee en el mismo tiempo que escribo este párrafo y que ni hace reir a carcajadas ni (140 páginas) se enquista.

Lugares sin nombre

Comimos rebollons y un bote de verduras avinagradas. La playa estaba a tan sólo unos metros del camping, pero ni siquiera nos bañamos. El paseo se redujo a la calle principal y la noche y la mañana a la parcela reducida de nuestra tienda de campaña.

Jamás Aprendí el nombre del lugar. Sin embargo, ahora aparece en las noticias y lo interiorizo como un hombre ahogado. Como un cuerpo sin vida.

Es Coma-ruga, un pueblo costero de Tarragona. Una parada en medio de dos destinos. ¿Cuántas veces olvidas nombres de sitios mágicos y recuerdas los de geografías corrientes?

No es la primera vez que me pasa, lo juro. No tendría ningún inconveniente en admitirlo, pero es cierto. Olvido, por ejemplo, la playa donde encontramos a una pareja de alemanes de luna de miel en el norte de Koh Samui, en Tailandia. Una playa unida a un peñasco, que servía de guía y separación. Olvido, con un gran déficit de atención, el lago cercano a Angor Wat, en Camboya. Olvido, asimismo, la zona de Phnom Pemh donde nos alojamos.

Sin embargo, ahí están: lugares sin gracia pero con poso, agníficos, insuperables. Fort Portal, Ocosingo, Mwanza.

Gran quilombo, este de los nombres. Juntarlos con actualidad, recuerdos, fotografías o simples quimeras no sólo es un ejercicio harto complicado sino que puede alterar tu sentido de la realidad. Si pueden, evítenlo. Si no, trastocadlo, como hacen los de Elmundotoday, una web genial de noticias falsas (¿o no?), que hoy me ha sorprendido con este acto tan especial:

http://www.elmundotoday.com/2011/07/madrid-se-vuelca-en-el-dia-del-orgullo-celiaco/

¿Quién odia el trabajo?

Pincho encima de una columna que se titula ‘Trabajar Cansa’. La escribe Isaac Rosa, buen articulista y novelista incipiente (solo he leído El país del miedo, y me gustó un montón). Luego sobrevuelo por la columna derecha de blogs. Encuentro sorpresas o salto a otra pestaña.

Paradójicamente, ésa es parte de mi curro. El único curro donde jamás un jefe te va a echar la bronca por leer el periódico ya no digo a hurtadillas en internet- donde está siempre perenne- sino directamente encima de la mesa, pasando sonoramente las páginas, leyendo en profundidad y de manera copiosa cada artículo, cada entrevista o cada anuncio de contactos, o pinchando en la pantalla las fotos del día, así, a todo tamaño, sin demoras, leyendo los pies de foto, comentando los biquinis, metiéndose en los enlaces.

Nada de nada. El jefe, ni pío. Es más, si suelta una mirada y te ve así, lo más normal es un ¿algo interesante?. Ahora los suplementos no significan ‘carne de sauna’ sino ‘material para propuestas’. Increíble: ¡quién dijo que odiaba el trabajo?

Lorenzo García Huerta y la vida

A alguien que silba no se le pueden obstruir las arterias. A alguien que se pasa el día leyendo, haciendo crucigramas, paseando desgarbadamente o seleccionando libros para la mesita de noche, no. De ninguna manera. A quien ríe a mandíbula batiente por un chiste mil veces repetido, bebe dos vasos de agua antes de salir de casa o consulta los diarios periódicamente no.
Se le podrían angostar a aquel que grita, que insulta, que se queja del calor y del frío, de los coches y de la soledad, de los buenos hábitos y de la buena gente.
Lamentablemente, a veces hasta el organismo, el cuerpo humano, las células y moléculas se traicionan a sí mismas y le da un apretón in intencionado y apuntan hacia su propia alma.
En casos así también se aprende que vivir, aunque sea al amparo de una magnífica persona, merece la pena.

El periodista deportivo, Richard Ford.

La anticipación es ese dulce dolor de saber lo que vendrá después, una necesidad para el verdadero escritor. Y me interesaba tan poco lo que escribiría a continuación, o la frase siguiente, como el color de los marcianos.

Richard Ford permanece a la sombra de los grandes novelistas americanos. Don Delillo o Philip Roth, mediáticamente, le hacen una sombra injustificada.
Sin embargo, en este comienzo de la trilogía que entraña su Día de la Independencia y Acción de Gracias, el estilo de un escritor maduro, la narrativa en su opción más prosaica y literaria y la ausencia de tema como eje articulan un libro que se consagra como un magnífico ejercicio de artesanía lingüística.
Al estilo del Chesil Beach o Sábado de Mc Ewan, este libro con nombre de profesión bien podría llamarse Pascua, pues solo transcurre en este día, aunque ofrezca saltos temporales y tramas paralelas que complementan la novela.
Lectura reposada. Incluso compaginable con algo más digerible. Que, lejos de cargar con el motivo de la crisis de media edad burguesa, da una lección de literatura y, por tanto, de vida.

Sin vecinos

Cuando buscas piso todos alaban las ventajas de su producto: si es interior, que es silencioso; si es exterior, que tiene vida; si está en penumbra, que no coge calor; pero en lo que todos coinciden es en señalar la ausencia de vecinos.
Vivimos en una sociedad donde los vecinos estorban. Subimos rápido al ascensor antes de que entren, miramos por la mirilla para no coincidir en el rellano o esperamos antes de pasar al portal si reconocemos un coche vecinal.
En Cuba no se lo creían. Normal: ellos compartían teléfono entre varias casas, se prestaban la nevera o regañaban a los niños de los demás a voz en grito en pleno pasillo.
Y mientras huimos de nuestros compañeros de edificio, medio país se encierra en el cuarto de estar para sintonizar la televisión y degustar todas las series que proliferan sobre vecindarios. Una vez más: ficción, mera ficción.