Archivos del mes: 25 enero 2012

Diálogos de entomólogo (III)

Tres chavales. Veintipocos. Hora de comer en una sauna de gimnasio de estudiantes. Pasan en comandilla con un batido de proteínas y tratan de sentarse mientras yo me junto a la luz de la puerta:

CHICO 1: Ye, nano, ¿con el periódico?

CHICO 2: Hosti, tú, ¡con el periódico!

CHICO 3: Qué profesional.

Nosotros, ellos

Siempre hay dos bandos. Lo hemos visto a lo largo de la trágica historia de España y todavía lo comprobamos con lo de Garzón. Pero no me voy a detener en este caso, que ya se ha convertido en una foto fija de las primeras planas de los periódicos.

No. El otro día vi los premios José María Forqué. Me sorprendieron algunas cosas, pero en el término de sorpresa buena y no rara, como la diferencia que hace Houllebecq. Me alegró, por ejemplo, que Coronado ganase a mejor actor, porque me parece que Tosar- siempre insuperable- no lo es tanto en Mientras Duermes, y que al Bardem de Biutiful le llevan premiando seis años por la misma película (¿hasta cuándo nominarán a Biutiful?).
También, por qué no, me gustó el galardón a Urbizu, y- como siempre- a Trueba, artesano y apasionado del medio.
Pero me sorprendió conocer al nuevo ministro/secretario/lo que sea de cultura, José Ignacio Wert. Me pareció resuelto y poco engolado.

Hoy Jiménez Losantos lo corrobora. En un artículo llamado “Uno de los vuestros” arremete contra Wert, le hace pertenecer (“a pesar de ser democristiano”) a los “progres de la ceja”, y acusa a El País de “alfalfa ideológica”.

Para ser “uno de los nuestros” -película de gánsteres que parecen más honestos y simpáticos que esos “ellos” que vomitan cada mañana sus amelgas rancias y almidonadas, según Losantos- hay unas causas clave como el dichoso juez, la sanidad pública o el catalanismo. En el programa de Carlos Cuesta llaman “sandeces” a lo que dice Carrillo y aseveran que “no tienen más remedio que ponerlas”. Periodismo de calidad. En el blog de Salvador Sostres se afana en adorar los muñecos sexistas y se atreve a llamar “panfleto de PRISA” a una reacción a Vargas llosa. Así da gusto leer la prensa.

Estas vicisitudes vienen a cuenta, además, por el ancestral clásico de esta noche. Un Madrid-Barça que huele a final y, como final o cuartos de final, donde tiene las de ganar el Barça. Malos tiempos para que te llamen del Madrid, igual que, comprobando que Público agoniza y que los diarios de la derecha nunca se presentan en concurso de acreedores, lo son para que te llamen periodista.

Diálogos de entomólogo (II)

En un puente del cauce antiguo del Turia, en Valencia. Vamos, lo que es llamado «el río», pero solo tiene tierra y campos de fútbol. Candados en la barandilla del puente, a lo Moccia, y una pareja joven:

– (Ella) Pues hay uno en Italia que está lleno.

– (Él) Pues hay que ser gilipollas pa hacer esto.

 

 

De vidas ajenas, de Enmanuelle Carrére.

Lo peor de De vidas ajenas, de Enmanuelle Carrére, no es su intento de ser una crónica de sucesos dentro de una relación sentimental. Puede que incluso sea su punto fuerte. Sin embargo, jugar a medias tintas en la novela, incluso tratándose de la extendida autoficción, puede acarrear problemas secundarios que rompen el codiciado hilo narrativo.

De vidas ajenas empieza con un tsunami y prosigue con un cáncer. No existe sorpresa en la trama porque todo lo que lees ya te lo dice la contraportada y la solapa (con un foto penosa del autor, por cierto). Estás tan sobrecargado de lectura que el interior sobra.

Podrían hacer una categoría de libros de exterior: esos de los que con leer las tapas te vale. Con este, la verdad, no hay que ser tan duro. A pesar de esos inconvenientes y de la machacosa fatiga de conocer de antemano que vas a leer desgracias y, «por encima de todo», una historia de amor, a su favor cuenta con una lectura fluida y con toques periodísticos que aportan algo, aunque sea para la profesión.

Sin embargo, y vuelvo al principio, desbarra. Se desinfla. Empieza fuerte, incluso conmovedor, mantiene algo de pulso a la mitad y se extiende demasiado en perfiles que no resuelven lo que esperas al principio.

Vamos, que si quieres hacer un libro de testimonios, márcate un reportaje a lo País Semanal, y si quieres autoficcionarte, copia a Vicente Verdú. Pero no ofrezcas un cuento cuando solo tienes recortes.

A pesar de todo, el libro me ha gustado.

Diálogos de entomólogo

Es decir, diálogos cogidos al vuelo. Sin red ni cebo. Espero que se convierta en una serie, pero mi mala memoria puede traicionar a esta noble causa.

Hoy, uno de la calle, cerca del gimnasio:

– La cara no me gusta nada.

– Ya, pero fíjate qué culo.

 

El arrebato de Alberto Olmos.

«Estás harto de leer. Sin embargo, no puedes dejar de hacerlo. Es una droga más, pero por lo menos tienes la seguridad de no estar haciendo rico a un cabrón colombiano que habita un palacete con grifos de oro. A veces deseas drogarte porque Baudelaire o Michael Stirpe lo hicieron. A veces te alegras de no drogarte porque la mayoría de los gilipollas lo hacen”

A bordo del naufragio, Alberto Olmos.

Toda juerga tiene su reverso: la resaca. La resaca de estas elecciones está siendo una lista imparable de recortes y promesas incumplidas, lo que- por otro lado- está incluido en los asteriscos de de los programas electorales.

En el caso de la literatura, lo que supuso Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, fue la realidad juvenil del desenfreno urbano de los noventa. En forma de arrebato o, incluso, de vomitona líquida, Alberto Olmos traza las mañanas gélidas de un día laborable en la capital.

El libro se inicia con un dolor de una cabeza dúctil y gelatinoso que acompaña al protagonista hasta un final sorprendente. En contra de los acomodados niños de periferia rica, A bordo del naufragio nos introduce en la negrura de los pisos compartidos y las latas de atún. Un relato en primera persona que transita por los pasillos de la facultad o del metro como el túnel del apestado, el bucle incómodo del que no está en la onda.

En el libro hay compañeros de clase repelentes que bien servirían para una novela de modernos. Hay clases soporíferas y enseñanzas angustiadas. Hay palos a profesores, periodistas y padres de familia. Hay, en suma, una oposición clara a la corrección. Y sin embargo, este alarido contracultural está narrado con cultismos de pueblo (“para lectores de Delibes”) y con metáforas surrealistas. Con detalles minuciosos que parecen relegados al alcance del enrollao. El hilo argumental se desdobla en un pasado incierto y en cursivas y un presente cronológico que se encadena gracias a los culos que pasan por delante del protagonista.

A pesar de todo lo dicho, a mí me queda una duda: ¿es A bordo del naufragio el envés de Historias del Kronen o es, acaso, su inevitable y realista continuación? ¿Es una descripción del paleto rural en la capital o del enterao que pasa desapercibido? ¿una historia del fracasado o marginado o del verdadero ganador que al final se lleva la presa?

Son algunos interrogantes que surgen tras su lectura. Cuestiones que sirven para poco si después de este empacho de letras (no hay ni siquiera puntos y aparte en las casi doscientas páginas) acabas saciado y rumiando el libro sin ganas de nuevos alimentos. Un arrebato convertido en librazo. Un empujón que ayuda a creer en los clásicos prematuros.

Estrellas en el Sáhara

Ya sé que el título no puede ser más manido y, a la vez, más sarasa. Pero es inevitable no utilizarlo: el cielo que cubre el desierto es, probablemente, lo que más asombra de ese pedazo de globo terráqueo cubierto de dunas y sombras variables.
Es cierto, todo está dicho sobre la soledad, los silbidos de voz que se escuchan entre los surcos escarvados en la arena, la gama de naranjas que tiñen de henna un espacio incólume. Pero, y acaso por eso mismo, si todo está dicho es precisamente porque siempre tiene algo nuevo que decirse.
Nosotros llegamos a aquel rincón del Sáhara después de varias horas de carreteras asfalatadas y de un trayecto escalonado desde M’Hamid, al sur de Marruecos, hasta una base cercana a la frontera de Argelia.
Que no se oía un alma es un decir. Que estaba desierto, otro: pequeñas hileras de turistas encumbrábamos las cimas de cada duna para ser testigos de uno de los momentos más mágicos ´(¿mágicos? ¿estrellas? todo esto empieza a soltar cierto tufillo a Bucay, lo siento) de este paraíso (¿paraiso?).

Después, noche de hogueras, risas y frío. El frío más intenso que alguien puede sentir. No digo más. A todo esto, cargábamos con el libro de Bowles que reza que aquel cielo es protector. Ni más ni menos: semejante cielo sólo es una pantalla panorámica al mayor espectáculo del mundo (¿mayor espectáculo del mundo?): millones y millones de estrellas que se avivan cuanto más tiempo pasas mirándolas y que parecen inmóviles, sostenidas por hilos invisibles que esperan la mano de hielo que las arranque al amanecer.

Y para estrellas, esta noche se decide el Balón de Oro. ¿Otro año para Messi?
Bueno, no he podido ser más obvio.