Archivos del mes: 15 mayo 2014

Incoherencias.

Usan tanga. Seguro. Los veo en los escapartes, en los puestos callejeros y hasta en las cuerdas de algunas tiendas. Pero. No los muestran. Las mujeres de Kiev suelen llevar vestidos o unos vaqueros ribeteados que eluden cualquier tipo de roce con la ropa interior.

Esta introducción no es más que una forma de ejemplificar las incoherencias en las que cae este país en proceso de cambio. Como, por ejemplo, que cueste más entrar en una biblioteca que al Ayuntamiento o cualquier edificio oficial, generalmente tomado por tipos enmascarados que no tienen ningún problema en que pasees por los despachos y oficinas como si fueran el trastero de tu bloque.

Todas estas dudas se las traspasé a Marc, un periodista del Kyiv Post que me hizo ir hasta un bar en un vagón de tren para que «habláramos seguros». No me imaginé que hablar sin escuchas consistía en pedirse minis de cerveza a capricho acompañados de tapas tan atroces como la de pescado seco, que -tal y como aparece en la imagen- él no tenía ningún reparo en comer a media tarde antes de pringarme la libreta de grasa:

la foto 1

No parecía afectarle la presencia de enemigos.

Igual que le pasó a una familia de Kiev. Accedió a tomarse un café conmigo a regañadientes y terminó haciendo de la terraza del bar una sucursal del salón de su casa, con los niños dibujando sobre las mesas y desarmando muñecos. Otra incoherencia.

Luego se fueron y me quedé con Denis, mi colega/traductor, en un bar del centro que tenía música en directo. Era uno de los de la supuesta escena alternativa de la ciudad. Que las mujeres se contornearan ebrias en la barra o que la expresión «bailar pegados» se convirtiese en una mariconada al lado de los apretujones de la pista no pareció inmutarle lo más mínimo.

Tampoco a este periodista que me sirvió de fuente principal en el estadio del Dínamo de Kiev. Yo le escribía las preguntas y él se las hacía llegar al presidente del club o los jugadores. Aunque por un momento llegué a pensar que me estaba tomando el pelo y que en realidad era Juan Goytisolo de incógnito:

la foto 3

 

GOYTISOLO

 

En el encuentro también me ayudó mucho otra periodista un poco feíta. Debía de ser la becaria:

PERIODISTA UCRANIANA

Antes de irme me lanzó un beso al aire que hizo ventosa. Aún pienso en su sonido de sacacorchos y en el moratón que debe de tener en la palma de la mano.

Ya en el hostal, paré un momento a leer alguna chorrada que no tuviera nada que ver con elecciones o protestas y me encontré con una afirmación de Guillermo Ortiz que me gustó tanto o más que los movimientos desacompasados de las ucranianas al ritmo de rock:

«La chica de la novela al final se volvía a Barcelona porque quería cerrar un círculo. Huir de la huida. Si allí siguió jugando a los espejos, lo desconozco, nunca he pensado en ello. Supongo que sí porque en el fondo era tan ludópata como cualquier postadolescente que se precie. La adrenalina de la noche perdida. Por supuesto, hay algo mágico en el orgasmo pero qué triste el orgasmo sin narrativa, ¿no creéis? Un orgasmo fugaz, de tercera, que se acabe en sí mismo sin alguien que nueve años después lo recuerde en el blog de un periódico de tirada nacional»

Todo junto fue lo que me hizo sentarme a escribir sobre estas incoherencias que vive un país donde a las sonrisas les acompañan los cócteles molotov y a la revolución la inmovilidad de los acampados. Y a destacar que lo de verdad no soporto bajo ningún pretexto (y en esto TAMBIÉN soy irreductible) es que una chica no haga el pato cuando suena Chuck Berry. Si en lugar de sacar culo y mover las manos planas a la altura de la cintura lo baila como si fueran los platillos chinos de Enrique y Ana, conmigo está perdiendo el tiempo.

Un timo.

Lo primero que hice al llegar a Kiev fue fijarme en las mujeres, claro. Y la respuesta a la eterna pregunta es fácil: sí, están tremendas. Todas son pibones. Pibonazos. Aparte: tienen bastantes tetas. No exageradas. Tampoco minúsculas. Sin embargo, resaltan en un cuerpo esbelto y categoría ‘tiny’. Se alejan de las curvas caribeñas y el cimbreo secular brasileño. Pero. Apenas sonríen. Y, copiando aproximadamente a Oliverio Girondo, a mí:

«Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo.

Que tengan un cutis de durazno o de papel de lija.

Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o insecticida.

Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias.

Pero, eso sí (y en esto soy irreductible), no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Si no saben volar, conmigo están perdiendo el tiempo» 

Inciso necesario: que el país está en armas es reciente, pero que las mujeres son de escándalo es algo ancestral. Mirad, si no, quién atiende el centro médico del Maidan:

la foto (3)

¿Acaso no darías la patria por eso? ¿No te dejarías, al menos, una pierna o un brazo o un trozo de cráneo con tal de permanecer meses bajo sus cuidados paliativos?

Lejos de enarbolar la bandera europea o cualquier otra, y ejerciendo (como apuntó Xavi) de corresponsal de mi propio blog, dejé de lado el puesto sanitario y seguí mis paseos por la plaza.

Había llegado una noche antes y me quedé en un edificio de 24 plantas que no tenía nada que envidiar al lujo y la elegancia de Móstoles. Vi varios militares decaidos que fumaban mirando al horizonte, gente que tocaba el piano en plena calle, tipos que te asustaban cuando querían invitarte a algo y, sobre todo, a muchas personas con mis mismas zapatillas del Lidl.

Al día siguiente me cambié a un hostal del centro que estaba vacío. Hubo suerte: el único inquilino era publicista y trataba con medios de comunicación. Cuando pensaba que le importaba una mierda mi oficio, se prestó a pasar el día a mi lado resolviéndome problemas del idioma.

Salimos de nuevo hacia la plaza. Él me iba explicando el significado de las pancartas y aprovechaba su papel de lazarillo para entablar diálogo con cualquier jovencita y aclararme «este es un ejemplo de chica guapa ucraniana». Yo le metía cada media hora en algún café para consultar el correo y escribir mensajes hasta que, lejos de enrolarnos en la comisión sanitaria y compartir mendrugos de pan con las voluntarias de la caseta, nos sentamos en una terraza y comimos su gran manjar, la sopa de remolacha:

la foto (2)

Olvidamos la guerra y hablamos de amor. Normal, se lo olía: cada rato me veía encender el móvil como si de un niño descubriendo una caja nueva de clics de playmobil se tratase. Justo, además, había hablado con Pablo unos días antes y me había acusado de ir a Ucrania sin él. «Joder, quedamos en que cada vez que nos fuera mal con nuestras chicas, iríamos allí», se cabreó desde Honduras. «O mejor: cada año, porque el amor es un timo», zanjó.

Sin profundizar en los sentimientos ucranianos y con mucha gente a la que molestar en sus tenderetes de la plaza, volvimos a los edificios ocupados y nos metimos en cada lobby de hotel. Era fiesta nacional y no había ni dios. Es más, lo único que iba a haber se canceló por si acaso. Total, que estaba todo más tranquilo que el parque de  Las Matas. Me crucé más de cuatro veces con periodistas de tele que bostezaban y miraban el reloj para acabar su turno. «Tenemos que estar dando vueltas por aquí hasta que se haga de noche», me dijo una reportera del Canal 5.

Les copié. Pero, a medida que el panormama tornaba de la revolución a los cubatas, me volví al hostal. Cambié la ropa de batalla por gayumbos y me quedé en la cocina escribiendo mails y viendo a Jara por escaip con una resolución soviética. Cuando me iba a dormir, mi compañero de hostal me dió las buenas noches y me guñó el ojo, haciendo hincapié (como había insistido durante la comida) en que el amor merece la pena y en que lo único que el verdadero timo es la política. No le hizo falta convencerme. Le bastó recordarme la foto que había hecho del centro de prensa:

la foto (4)