Antonio López, una exposición.

Habla Judas. Ese tío tan majo que nos dio a todos con la puerta en las narices y que se ha convertido en un adjetivo por defecto. ‘Eres un judas’, ‘Ayer soñé con judas: ¡menuda juerga!’.

Bueno, el caso es que la fotografía, la pintura o, en menor medida, la literatura son (siguen siendo) besos de Judas.

Para demostrarlo no hay más que acercarse a la exposición de Antonio López y asumir que nos gusta lo impostado, la ficción o lo artificial porque se parece a la realidad. Y cuando más se parece la mentira a la realidad, más nos gusta. Porque vivimos en una mentira salpicada de algunas verdades. Por eso nos gusta Antonio López, un tipo verdadero y corriente, con cara de buena gente, con mujer y nietas, que pinta igual que fotografía. Hiperrealista: más real que la realidad.  Y uno se pregunta ¿qué es más real, el cuadro o la calle? A veces, mi visión de la Gran Vía se acerca más a aquella que pintó Antonio López hace 20 años que a la que ahora dibujan luminosos de franquicias.

La exposición ha batido el récord de visitas en la historia del Thyssen. No me extraña: aparte de ser magistral, la gente quiere ver lo que tiene a su alrededor. Nos acercamos con mayor devoción a lo que podemos observar saliendo a comprar el pan que a algo lejano que exhiban extraordinariamente en la galería de al lado.

Nos gusta ver pintadas las panorámicas que vemos desde nuestra terraza, el asfalto de la calle donde cogemos el autobús o las verduras que dejamos fuera de la nevera.

Así se venden las postales del museo: los lavabos hechos a lápiz, los retratos de pastel y las calles de óleo. A mí, personalmente, me apasiona Antonio López en sus vistas periféricas, en ese territotio extraño que delimita la ciudad; me conmueve el costumbrismo minimalista de las cenas en torno a un cuenco de sopa y un mendrugo de pan y me dejan frío sus trazos anchos y espesos en flores y frutas.

Al salir, además, se produce una sensación de mareo similar a cuanto te quitas momentáneamente las gafas o sales de día de una sala del cine: la realidad se precia borrosa y en cada esquina, en cada instantánea, ves un foto. Inmediatamente el paseo del Prado o la glorieta de Atocha tienen más de museo que las salas del Thyssen.

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