Entré a por una broca y salí con una lección de filosofía.
– Buenas, vengo a ver si me podéis prestar una llave Allen, es que solo tengo que apretar esta rueda y así…
– ¿Sabes por qué se llama mecánica? Porque viene de mecanismo. Y eso quiere decir que lo que parece una pieza puede es un conglomerado, y nada está aislado: si una cosa no funciona, la siguiente tampoco.
Con esta pregunta retórica y una escueta respuesta me vi desarmado por completo frente a un tipo en mono y una llave inglesa.
– Ves, la rueda está floja y eso hace que el freno pegue más por este lado y la desnivele. No es sólo un movimiento de llave Allen, chaval…
– Yo pensaba… ¡Cómo me gustaría saber arreglar yo estas cosas!
Mal paso. Su cara me miró fijamente y me inquirió:
– ¿A qué te dedicas?
– Bueno… yo redacto.- titubeé poco convencido.
– ¿Sabes la de faltas de ortografía que cometo yo cada vez que escribo una carta?
– Mmmmmm.
– Pues eso. A mí me gustaría escribir cosas bonitas, hacer rimas en papeles perfumados que llegaran a amadas del otro lado del mundo, pero aquí estoy. Mi única destreza es el manejo de estas herramientas.
– Bueno, eso por lo menos es más útil…- concluí, avergonzado por mi miserable condición y con ganas de salir de allí y recluirme en casa. Esconderme a pensar, a buscar mi lugar en el mundo, a sopesar las circunstancias que rodean a mi yo.
Antes de salir del taller, con un pie en el suelo y otro en el pedal, y tras un gracias, hasta luego entre agradecido y apesadumbrado, me espetó:
– Y cambia esa llanta ya, que ahora es sólo el neumático, pero más tarde llegará a la cámara y entonces no hay marcha atrás: será mucho más grave y difícil de arreglar.