Celia las llama ‘terraos’, palabra a medio camino entre ‘torraos’, de quemados o bronceados, y terraza, de ‘al aire libre’. Pero en realidad su nombre puede ser azotea. La azotea es más que un desván y menos que un balcón. Es un espacio que se mueve en la imprecisión. No tiene nada pero ofrece miles de posibilidades. No es ni divertida ni aburrida pero siempre da alguna pista para hacer cosas. Es como el lomo de un animal. Es gris, monótona, y suele estar forrada con una suerte de cinta america que las acolcha de humedades y las convierte en algo lunar, pero es fascinante. Siempre ofrece vistas y cada vista es un pedazo de realidad diferente.
Después de vivir en un primero sin luz ni patios, asomarse y ver por encima de las cosas es un placer. Por eso, desde este ‘terrao’ en el que justifico mis horas muertas, tiras fotos y fotos sin aburrirte. Cada una distinta. Sólo le falta una escalerilla de incendios que me permita salir a orinar desde las alturas a media noche, como en nuestro cuarto de Brooklyn. Lástima, no se puede tener todo.