Años icónicos

La tarde anterior nos tomamos un tinto de verano que reflejó la corteza de lo que habíamos sido. «Tienes cara de siempre otra época», me apeteció decir. Así, a ver qué pasaba. Total, nadie hubiera respondido. Estábamos en una terraza de Tavernes y las palabras las sustituimos por mensajes de Whatsapp. Ahora una imagen, ahora unas risas, jajaja, y así pasó una hora. Casi tan aburrida como este párrafo.

Por eso a la mañana siguiente me puse Héroes, esa película española del Espinosa que trata de emular a Los Goonies y se queda en emule, es decir, descarga. Visionado rápido y gratuito. Desayunando. Con periódicos. A lo Pablo Escobar en su palacete de Medellín. Y he de reconocer que me conmovió. A pesar de que en el reparto estaba Eva Santolaria. Esto es, Valle. La novia de Quimi, el de Compañeros. Sí, la que tenía un vídeo porno rulando por todas las casas españolas pero que todo el mundo había visto «en casa de un amigo».

He de reconocerlo y de aceptarlo. Lloré como una magdalena a eso de las diez de la mañana. Me fui al trabajo con unos cuantos años de más y con los ojos enrojecidos de tal forma que es imposible retirar la impronta del llanto.  Y es que me da una profunda pena rememorar el pasado. Como ayer, que recibí una newsletter de Tools y al pasar al diario de los voluntarios me oprimió tanto la narración que tuve que levantarme de la cama y salir al balcón. «Joder», pensé, «es que es clavadito a lo que viví yo». Y me dio rabia. Pena y rabia, añado.

Con suerte, justo por la noche llegaba Solène, que no venía de Irlanda sino de nueve meses dando vueltas por el Mediterráneo. Sin apenas saludar, preguntó: «¿Dónde está el mar?» y continuo, como una loca en celo acariciando un minino: «Necesito tocar esta parte del Mediterráneo». Yo la engañé para que subiera a casa y se tomara una lata de cerveza. Entonces cambió su reacción y empezó a recordar pasajes de Túnez, Líbano o Egipto. En cada frase apostillaba «Echaba mucho de menos a mi familia. Y a mi novio». Lo  del novio lo decía tan bajito que sospechamos que era mentira. Al final tuvo que defenderse contándonos una historia inverosímil de rupturas y viajes. Como es francesa no dijimos nada. Si fuera de aquí le habríamos soltado algo que tuviera que ver con la fritura de espárragos o de morcillas. No se dio el caso y me tuvo a base de café nocturno hasta las dos sin parar de hablar de sus descubrimientos por el Mediterráneo.

Acababa de hacer una ruta por Sagunto y cada vez que me apetecía desconectar recordaba lo idiotas e inteligentes que podemos llegar a ser, por ejemplo, con los iconos. Como el de la foto, que no hay cultura que no lo entienda:

Incluso se pueden observar intentos de gotas. Un toque artístico que se añade hacia los catorce años. Para hacer la foto tuve que engañar al señor que me acompañaba y decirle «Espera, que quiero sacar una foto de la calle».

Más tarde pensé en la calma del futuro. En esos momentos de sosiego en los que ya has superado la nostalgia y hasta las ganas de llorar cuando suena una canción del pasado. Como mi padre en la imagen, que lee tranquilo, sin preocupaciones, plácido. Y, lo mejor: sin galletas en los bolsillos:

Una imagen diferente a la de estos veranos. Momentos antes de salir al fatídico tinto de verano, la estampa era esta:

Se había dejado el periódico suelto, sin nada que lo sujetase. Sin amarres. Y las páginas de sociedad se mezclaban de forma disoluta y lúbrica con las de internacional. Una guerra en oriente próximo se coagulaba junto a un artículo de la duquesa de Alba.

Me acordé también de todo esto mientras miraba por la ventana y la noche solo me devolvía el eco de aquellos veranos perdidos. Y no me quedó más remedio que llamar a mi hermano y ser consciente de cómo pasa el tiempo. Hablamos de nuestros padres como marujas. Igual que ellos hablaban de nosotros:

– ¿Tú crees que estará bien con la jubilación?

-Sí, claro, es una mujer muy válida.

– Ya, pero con los disgustos que le están dando últimamente los del Gobierno…

– Pero saldrá adelante, no te preocupes.

Y así colgamos. Como el matrimonio que se pregunta si apaga la luz y apoya la cabeza en direcciones opuestas.

Una respuesta

  1. Otro post antológico de mi hermano… ¡Qué genio!
    Sí, amigo, siempre confié en ti, Alberto. Incluso cuando nos prestamos libros y películas que quizá nunca vuelven a su redil. O cuando dormimos juntos y prometes no rozarme con tus genitales al aire. O cuando hacemos planes que se retuercen por nuestra algarabía congénita. Cosas de siameses… Si publicas algún día una novela, sabes que unos cuantos feligreses la adquiriremos como un santo grial de las posmodernidad.
    Sé feliz allá donde estés, cuida a mi cuñada favorita, da recuerdos a nuestros «héroes» (y fermosas heroínas) de aquellos veranos legendarios en la playa y disfruta con la familia que tenemos, una suerte constante de tributo a Fellini. Y tú lo sabes bien: aunque no lo parezca, estamos todos cuerdos. Y radiantes. Es nuestro sino.
    Con amor y humor,
    Jorge (y Noe. Ah, y toda la troupe.)

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