Nos pasamos la noche debatiendo sobre si la chica con la que se había enrollado Álex estaba buena o no. Unos decían que lo importante era que se lo hubiera pasado bien. Cobra, por ejemplo, alegaba -con una copa de gintónic más grande que su cuello entre sus manos- que se trataba de un «callo malayo». Sin resolver las dudas, a la mañana siguiente Celia me despertó preguntándome cuántas horas habíamos dormido. Yo intentaba darle la vuelta a la pregunta y convertirla en «cuántas horas vamos a dormir». Sus preguntas fueron a más -qué hora es, a qué hora nos acostamos- hasta que resolvió con una habilida pasmosa que habíamos descansado seis horas. Exactas.
Con la jornada por delante y la noche coleando, nos seguían asaltando la dudas acerca de Álex y sus conquistas. Él reconocía que había otras mejores. Empezaba a desviar la atención con chorradas sobre el humor, la guasa y otras aún menos creíbles como la inteligencia.
Nosotros no estuvimos para atestiguarlo. A cambio, nos quedamos debatiendo con mis padres y mi tío sobre el sistema actual y la bajada de sueldos a funcionarios (el fin de la paga extra también es un descenso salarial) hasta que mi madre dijo «pues si tiene que venir el ejército que venga, pero esto es asqueroso». Se cuidó mucho de remarcar lo de asqueroso. Yo me acordé de los retretes del Ayuntamiento, que también tienen sus amenazas:
En ese momento reconozco haber sentido un poco de pánico. Me imaginé a mi madre con una recortada y, sobre todo, lo limpia que quedaría la moqueta del congreso después de haber pasado por encima los tanques y hasta los elefantes, que también tienen sus motivos. Total, hacía unos días que me había asegurado que llevaba 35 años «dejando la escoba en Madrid y cogiéndola en Tavernes». Es decir, sin parar de currar. Mi padre, por su parte, reconocía que las cosas cambiarían el 12 de septiembre, que hay una marcha global y, entonces, «Rajoy se va a cagar». Literal.
Entretanto, cada mañana intento bajar a la playa antes de coger un tren atestado y llegar al curro bien fresquito. Me bajo al mar y hago un par de movimientos de brazos a lo jubilado. Luego me baño y voy corriendo al tren. Al llegar a Valencia, a pesar de llegar como una lechuga, uno se encuentra estampas como la de la foto, que me recuerda mi empresa abandonada de fotografiar todas las «huchas» con las que me encontrara:
Después de un fin de semana con una cama convertida en biblioteca, el encuentro con los de la pandilla se pareció mucho al sábado anterior, en el que Lelo se refería al libro El Método como un manual y repetía continuamente «con lo que hemos sido», como una plegaria.
El domingo, sin embargo, sobrevivimos hasta la comida con las seis horas de sueño. Luego cayeron tres horas de siesta y, por fin, volvimos a nuestra guarida. Antes de dormir, y tras recordar capítulos que no vivimos con los demás compañeros, me acordé de que Álex me lo confesó en un instante de intimidad: «Bueno, en realidad había un par de rubias mucho mejores. Pero ésta me hacía gracia y eso que, ya ves, tenía braquets».
Al final como el del chiste… lo importante es que tenga las «tetas» gordas…