Un camello de información

Debí de darme cuenta cuando vi a una china con tetas. No es que fueran descomunales, la verdad, pero sí sobresalían un poco. Apenas un bultito. Algo inapreciable si lo comparas con una europea o no digamos brasileña, pero ya era más que lo corriente. Más de lo acostumbrados en esas eternas púberes tímidas y sonrientes que te sirven las pipas o el litro o las golosinas entre cabezazos de reverencia al vacío. Eso era raro. Sí. Pero es que el día estaba raro también. El cielo lucía pinta de mostaza y la gente caminaba a lo Walking Dead, con una textura de brea y resina en la piel debido a una humedad plomiza. Era viernes. Y los bosques empezaban a arder furiosos hasta casi la playa. Muertos vivientes o Mad Max, lo mismo da:

Por eso nos fuimos a las afueras y nos tomamos una paella de José, que llevaba la batuta con un bañador rosa y, como buen maestro de ceremonias, preguntaba cada dos por tres: «¿Os gusta con mucha alcachofa?» o «¿Queréis probar cómo está la sal?»

La verdad es que era algo retórico, porque al resto -liado con los cacahuetes y la sangría- ya les podían dar arroz con cigalas o salchichas de lata que les sabía a lo mismo. El caso es que seguimos así todo el día. Yo, antes, siendo previsor de que las tardes ahora llegan hasta las diez sin enterarte, me pasé por la sauna.

Durante el paseo fui hablando con Toni, que esperaba la llegada de su madre y reconocía no haber guardado ni los periódicos, ni los deuvedés porno ni las botellas de vino vacías. Me estuvo contando todo su ajetreo con el copago sanitario y las farmacéuticas de mediana edad que le invitaban a caramelos Ricola y medidas de tensión gratuitas sin que yo le fuera haciendo mucho caso. Al final, llegué a la sauna y actué como más me gusta: saqué el periódico del día y dejé los de la semana tendidos en el banco del vestuario. Así la gente se acerca y, poco a poco, van cogiéndolos, aunque sea para leer el horóscopo o envolver el bote de proteínas. Desde la esquina de la madera, sudando y fregándome el cuerpo como un acosador en celo, observaba a los que se aproximaban. Me sentí como un dealer de noticias. Alguien que te aficiona a la actualidad y de la que ya no puedes salir. El amigo enrrollao que te ofrece un tirito y luego te vende un gramo. El que te da una calada o un pico y luego te roba la tele y la moto a cambio de una dosis. Me sentí un camello de un vicio sin final. Un yonki del F5 en la portada de un periódico virtual. Un flaneur que se asoma a los colegios y le da una piruleta al más salao o a la más pizpireta.

El caso es que al día siguiente (domingo) me llamaron a mí para pasarme por algunas farmacias y fui yo el que sollocé a Toni por teléfono para que me explicara bien todo. Algo que él resolvió con un escueto “Mira, tronco, es un lío que en cada Comunidad se hace de una forma” y me dejó desvalido. Pedaleando de una farmacia de guardia a otra y preguntándole a abuelitas que comparaban antiinflamatorios. Entrometiéndome en la intimidad de un dolor de huesos o unas varices infectadas. Siendo un maleducado y un desalmado sin , ni siquiera, tener a mano un mísero diario con el que recompensarlas. Nada: ni un suplemento, ni un especial, ni siquiera el folleto de publicidad del Media Markt.

Por eso quedé con Almu, que pasaba por Valencia y se estaba preparando un “temazo” sobre un hospital cerrado que aún conserva material, “con estos recortes”.

Al principio me lo vendió como una colaboración. Como un reportaje a medias en el que nos dividiríamos las tareas y haríamos turnos de guardias cada 12 horas. Luego empezó a rebajar el tono del discurso y se pasó al acompañamiento rápido. Al final, mi papel consistió en ir abriendo puertas mientras ella tomaba notas y decía “Joder, qué temazo” o “Madre mía” y me ordenaba tirar fotos: “¿Has sacado eso?” O “Venga, corre, aquí”. Por fin, me despedí pitando para llegar al partido. Lo puse con emoción y lo acabé distraído, hojeando las páginas salmón mientras los jugadores mareaban a los italianos. Celia, que llevaba todo el día esperando en el sillón a que llegase el encuentro, escuchó el pitido inicial y pasó a leer el periódico, tal que así:

No le hizo caso ni al queso, ni a la ensaladilla ni al bote de mayonesa, que se quedó abierta y coagulada escuchando los pitidos de los coches.

Una respuesta

  1. Me da miedo hacer un blog de este tipo porque como un día a mi vida le de por joderse (ya casi le tengo pillados los ciclos) va a escribir entradas la perrita Poly y su puta madre. Pero que que molón tu blog Palomo. Varias cosas sobre tu autoficción: no tengo dvds porno y no digo quillo, illo. Por lo demás, QUIERO MÁS DE ESTA MIERDA.

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