De gorilas a desahucios

La verdad es que este martes intercalado, este domingo que no llega, me hace cambiar el orden de la semana. El 15-M, que no explotó el día 15 sino el 22, y que ahora lleva desde el 12 con una continuidad difuminada, me ha hecho perder el sentido de las horas y, en medio de esta indignación colectiva, el de la vida.

Porque, primero, ¿cómo es posible que una científica, etóloga y nosécuántascosasmás apruebe un zoo en medio de una ciudad? ¿Cómo es posible que una señora -porque es toda una señora- vista de guisa safariense en un decorado de corchopán con miles de escolares en uniforme? Y, por fin, ¿cómo propone una cena de 200 pavos para salvar el planeta de los sabuesos medioambientales cuando cabría pensar que por esa pasta sólo irán los sabuesos medioambientales?

Ahí lo dejo. Para encontrar las respuestas- difíciles, arcanas o sesudas, a qué negarlo- adjunto una foto hecha con el móvil de una tipa que o finge muy bien o estaba en completa paz delante de un gorila de espalda plateada que se acercaba embrutecido al cristal que lo acorralaba:

Eso fue el jueves pasado. El fin de semana cambiaba esa estampa por otra no menos lamentable: la de la gente pidiendo explicaciones. En Valencia había unos cuantos. Eso sí, de explicaciones nada de nada. Nadie dice por qué una mascletà en medio de la plaza. Por qué una asamblea interminable en el Ayuntamiento o por qué al día siguiente ya no quedaba ni Dios en la calle.

Y es que este movimiento 15-M también se ha hecho centralista. En la periferia, salvo Barcelona, apenas llega. Y lo que resta después se convierte en un coitus interruptus que ni pa’ ti ni pa’ mí. Es triste que en una Comunidad donde se haya estafado con letras grandes a tanta gente (directamente o haciendo política, que es muy parecido) no ardan las calles. No ardiendo a la griega, pero tampoco a la mediterránea, con un vacío absoluto en las horas centrales. Sino en una ebullición popular (de pueblo, no de PP) de verdad. Porque esa es otra: la palabra «pueblo» se ha tergiversado tanto que ya lo pueden cantar cuatro flautines frente al balcón municipal que un grupo yanqui en un concierto masivo. Esta foto sí que ilustra quién es el pueblo:

Claro que, si «el pueblo unido jamás será vencido», lo primero es estar unido. Unido de verdad. No solo en una plaza o en la playa o en el Viña Rock. Unido pero suelto. Defendiendo que al de enfrente no le roben la cartera, que a la frutera no le cierren el chiringo o, incluso, que al policía no le quiten la libreta. Aunque esté comprándose una palmera en sus horas de trabajo. Aunque aparque en prohibida. Aunque te multe a ti y no al del BMW. Aunque te deje pasar a ti y no al inmigrante de detrás. Si el pueblo somos todos, el 99% de las pancartas, dejemos el 1% restante a especuladores, egoistas y farsantes, en suma, y dediquémonos a vivir, cojones, que es lo que ellos no quieren.

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