Pues sí. Así es como hay que pasar un buen día del trabajador, antes de que todos los primeros de mes sean al sol y las sardinas de después de las manifestaciones. Ayer, por lo menos aquí, en Valencia, fue un día soleado. Yo me levanté todavía aterrizando del fin de semana y me encontré con una ciudad fantasma. Aunque claro, luego recordé que a las 11 aún no hay sindicalistas despiertos. Entre otras cosas, porque tampoco hay periodistas despiertos. De hecho, lo que me encontré al llegar a la mesa fue una estampa desesperante. El reflejo más fiel de la dejadez de un día entre semana. Era tan crudo que le mandé esta foto a Toni:
Mientras, él, llevando la web de Barcelona y ayudándome a fichar a delincuentes que se niegan a pagar los peajes, pasaba la mañana en un espacio tal que así:
Para que luego se queje de que no tiene tiempo de leer…
En fin, que al mediodía me quedé sin sauna y me fui a correr por el río. Últimamente, una de mis mayores felicidades es correr escuchando Mordiscos, de Barricada, un disco que acabo de descubrir. Estoy tan entusiasmado que la otra noche, en casa, le puse No hay tregua a Celia en acústico:
Yo: ¡Mira que versión tan buena de todo un clásico del San Mateo (bar de Madrid)!
Celia (tras unos segundo de escucha): Estos roqueros maricas…
En fin, que cuando iba a bajar al río me encontré con un cartel de la policía. No estaban multando ni deteniendo a inmigrantes, no, estaban (¡!) ayudando a los ciudadanos:
Habían puesto una banda rodeando, nada más y nada menos, ¡un panal de abejas!. Yo jamás había visto ninguno en vivo. Solo lo tenía en mi imaginario por dos vertiendes distintas: las lloreras viendo Mi chica, en la que (lo siento para el que no la haya visto) Macaulin Culkin muere picoteado por las abejas; y la saga de películas catastróficas (tiburones, hormigas, pirañas…) que veía con mi hermano y mi primo cuando aún aparecían las Mama Chicho.
Con un repelús propio de ver a poca distancia a estos insectos revoloteando, que supone una sensación de desasosiego e hipnotismo a la vez, corrí mi tiempo y subí a comer. Por la mañana, aprovechando el día de fiesta, Celia me cortó el pelo, así que no me costó ducharme y hacerme una foto antes de volver a la redacción:
Llegué aquí y la tarde se pasó rápido. Los ánimos estaban más calmados y la calle recobró a su gente. Hoy, que nadie se acuerda del proletariado, he vuelto a encontrarme con la normalidad. Por si acaso, me he encargado de desayunar bien mientras veía Lost. No vaya a ser que después de comer me encuentre con una instantánea parecida a la del otro día durante la asamblea del ERE en ciernes: