Álex: Ye, nano, ¿quién no tendrá una foto con una paella?
Alberto (una semana más tarde): Mis padres.
Por eso, después de 17 años de apartamento y una terraza que en cuanto tengamos niños se convertirá en una nave acristalada, según amenazó mi madre, aquí va:
A Celia se la ve contenta. No sé si por la paella, los entrantes o la mañana al sol. El caso es que una comida de domingo con los suegros podría ser peor, la verdad. Podría tocarte en Las Matas, por ejemplo, y con coliflor o lombarda de comida.
Pero le pilló en Tavernes, donde estaban también mi prima y Fede y jugamos a las palas hasta que nos quemamos la espalda. El agua no estaba tan caliente como en verano, claro, pero tampoco tan fría como la del cámping de Uganda de donde salió Celia corriendo como si fuera la niña de Nagasaki. Por eso, metidos en faena arreglando un pinchazo en la bici, se nos ocurrió la idea de resucitar a Rufus. Rufus, el pobre cocodrilo pornográfico, nos ha acompañado algunos veranos hasta que una pequeña raja le punteó la pata. Desde entonces solo se le hincha el tronco, la parte central.
Para solucionarlo montamos un zafarrancho en el garaje y nos pusimos manos a la obra: pegamento, papel de lija y parches.
Cada poco tiempo teníamos que retirar los bártulos para que pasaran los coches. Para presionar los parches pusimos un cartón de leche. Dejamos a Rufus metido en el trastero hasta la mañana siguiente, pero no pudimos hacer nada por salvar su herida.
Al subir a comer, un grupo de chavales de un piso inferior estaba desayunando macarrones con tomate y atún después de beber calimocho. Una mezcla perfecta que debió de inventar Arzak mientras se iba de pintxos por Donosti. Llegaron mis tíos, los chicos durmieron la siesta para hacer hueco para las pizzas con ron de la noche y nosotros nos tuvimos que volver a Valencia.
Antes, echamos un vistazo a la terraza de abajo:
Aquí nos pasaron todas las temporadas de Lost y yo vi de fondo tres o cuatro capítulos mientras leía los suplementos atrasados. Cuando llegó Celia, yo no sabía muy bien dónde estaba y me acordé de su cara unos días antes, viendo un programa de calidad de Cuatro:
Así que me fui a dormir. Hasta esta mañana, que me he levantado con tiempo para ver dos capítulos más y venir a la redacción con cara de susto. Fuera, encima, bochorno y obras. Qué pena de lunes.