Yo he visto cosas que you, little guys, no verán jamás.
No lo digo por las puertas de Tanhausen o las naves ardientes, y eso que Pablo me ponía el final de Blade Runner en el proyector cada vez que iba a su casa, ya fuera el barrio de Salamanca o Vallecas.
Lo digo por cositas pequeñas, del día a día, de un pataterismo tal que apenas quedan grabadas y que no se limpian ni con la famosa lluvia.
He visto, por ejemplo, a mi compañera Neus darme la receta del periodismo:
– Eso va a ser como una tarta: 100 gramos de azúcar, 10 de sal, harina, huevo y al horno. Pues tú vas ahora y ya sabes: 180 palabras, un título corto, dos destacados y a correr.
Y eso es lo de menos. También he visto cómo acusaban a los de Castellón de no hacer protestas (¿pero cómo van a salir esos a la calle?) o cómo mi madre me daba consejos sobre este oficio:»Trabaja mucho, pero no te pongas nervioso».
Incluso he visto cómo el padre de Pablo, mesa plagada de mahous, nos aseguraba «Tened cuidao en China, que hay más chinos que botellines».
Pero lo de ayer superaba todos los límites. Sucedió temprano. A eso de las nueve: insisto, temprano.
En un ataque de amor filial, y a sabiendas de que mi padre habría dormido contento, le dí un inofensivo toque después de enterarme en las noticias de que el Real Madrid había empatado y que, por tanto, al Barça solo le quedan 6 puntos para ponerse a su nivel.
En el momento en que iba a introducir la cuchara en el bol de cereales me asaltó el móvil con una llamada de mi padre como respuesta. Al otro lado, su voz no reflejaba cansancio alguno o la ronquera típica del amanecer de un maestro jubilado. Al contrario, estaba fresca y locuaz. Amoldado en la cama- almohada inclinada, tele puesta- Loren me abatió con todos los datos sobre el encuentro: tres expulsiones, dos penaltis sin pitar, miles de insultos sin amonestar y una decadencia palpable del líder de la liga.
«Yo soy optimista», repetía mi padre, «y es que hasta Ozil, un tío pacífico, terminó entrando al trapo». «No entiendo cómo sigue Mourinho en el Madrid. Sin hablar después ni nada, no como Guardiola…», remató.
A continuación, cual página central del Marca, me detalló el calendario liguero por llegar y las probabilidades de victoria de cada equipo: «El Barça ya se ha quitado a los fuertes, pero al Madrid aún le queda el Valencia y el Bilbao», me decía con ferocidad, «y como sigan jugando así…». «Yo soy optimista», insistía.
Lo mejor de todo no es ver la alegría de un muchacho de sesenta y cinco años con la liga a huevo como si de un niño de diez años introduciendo a escondidas un cuchillo en un bote de Nocilla se tratara (que, además, es lo que haría mi padre a eso de las once). Lo mejor era contemplar cómo, después de varias décadas de horario flexible para acudir al trabajo, de años de M-30 atascada y dos críos en el coche, de sábados mañaneros en Hipercor con mi madre o incluso de domingos pedaleando en el gimnasio para mantener a raya la salud de las arterias, mi padre lucía espabilado y más despierto que, incluso, el día del 11-M, que no se inmutó del colchón hasta más allá de las doce.
A mediodía, eso sí, ese ímpetu se había reconducido a la pintura de bodegones. Yo, por si acaso, le llamé para comentarle lo que había leído en las noticias. Que, por lo menos en los medios de información general, se correspondía con lo que me había dicho:
Pero no solo he visto eso. He visto muchas más cosas. He visto a Celia salir de su trabajo a las tres y media para comprar comida casera y entrar en un local estrecho de la ciudad que subsiste con platos para llevar a dos euros para preguntarle al dueño (y, me imagino, cocinero): «No sé si coger las lentejas, ¿están buenas?».
Era, además, el plato del día, como podéis ver aquí:
No quiero pensar lo contrariado que se ha tenido que sentir el pobre trabajador. Un tipo que hace un puchero al día de legumbres, cuatro sartenes de arroces, treinta filetes de pescado y diez bandejas de lasaña al que cuestionan su trabajo pero, sobre todo, al que dejan contra las cuerdas, porque no soy capaz de creerme al tipo diciendo: «No, la verdad es que hoy me han quedado un poco espesas y sosas».
Pero todas estas cosas espero que no se desvanezcan. Y que siga viendo cosas increíbles. Por ejemplo, a mi padre celebrar una victoria del Madrid y decir «se lo merecía» o a un camarero de bar soltarte: «las bravas eran rancias, no las pidas. Mejor te pongo gratis unas olivas».