Esta noche, pechugas.

¡Hay que ver qué bien sienta una palabra como ‘pechugas’! Es que encaja en cualquier oración y te llena la boca. Es la Lolita de los pobres, la cena de los menesterosos: PE-CHU-GA.
Para comer, para merendar, en el desayuno… ¡Qué gustazo! Y no solo si atañe a tal particular trozo del pollo, que luce jugoso y enervado, sino también si se refiere a la fisionomía femenina. Al todo y las partes. No a zonas concretas, sino a lugares juguetones. Pechugonas, con mucha pechuga.
Y no lo digo yo. Me lo ha dicho Celia en vivo y por teléfono: ¿Has descongelado el arroz? ¿Has sacado el pollo? ¿Has comprado la leche? Hasta que ha llegado la frase clave. La ensalada de sentidos gustativos y táctiles, la golosina de las bilabiales, la oposición a una fea y oscura oclusiva como lo era PETACA en las clases de inglés. La hermana hermosa y chorreante de BODEGA.
Por eso, y después de unas cuantas horas narrando apasionadamente la realidad atronadora de Valencia o la grisura política del momento: «Esta noche, pechugas». Insisto: Celia dixit.

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