«Estás harto de leer. Sin embargo, no puedes dejar de hacerlo. Es una droga más, pero por lo menos tienes la seguridad de no estar haciendo rico a un cabrón colombiano que habita un palacete con grifos de oro. A veces deseas drogarte porque Baudelaire o Michael Stirpe lo hicieron. A veces te alegras de no drogarte porque la mayoría de los gilipollas lo hacen”
A bordo del naufragio, Alberto Olmos.
Toda juerga tiene su reverso: la resaca. La resaca de estas elecciones está siendo una lista imparable de recortes y promesas incumplidas, lo que- por otro lado- está incluido en los asteriscos de de los programas electorales.
En el caso de la literatura, lo que supuso Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, fue la realidad juvenil del desenfreno urbano de los noventa. En forma de arrebato o, incluso, de vomitona líquida, Alberto Olmos traza las mañanas gélidas de un día laborable en la capital.
El libro se inicia con un dolor de una cabeza dúctil y gelatinoso que acompaña al protagonista hasta un final sorprendente. En contra de los acomodados niños de periferia rica, A bordo del naufragio nos introduce en la negrura de los pisos compartidos y las latas de atún. Un relato en primera persona que transita por los pasillos de la facultad o del metro como el túnel del apestado, el bucle incómodo del que no está en la onda.
En el libro hay compañeros de clase repelentes que bien servirían para una novela de modernos. Hay clases soporíferas y enseñanzas angustiadas. Hay palos a profesores, periodistas y padres de familia. Hay, en suma, una oposición clara a la corrección. Y sin embargo, este alarido contracultural está narrado con cultismos de pueblo (“para lectores de Delibes”) y con metáforas surrealistas. Con detalles minuciosos que parecen relegados al alcance del enrollao. El hilo argumental se desdobla en un pasado incierto y en cursivas y un presente cronológico que se encadena gracias a los culos que pasan por delante del protagonista.
A pesar de todo lo dicho, a mí me queda una duda: ¿es A bordo del naufragio el envés de Historias del Kronen o es, acaso, su inevitable y realista continuación? ¿Es una descripción del paleto rural en la capital o del enterao que pasa desapercibido? ¿una historia del fracasado o marginado o del verdadero ganador que al final se lleva la presa?
Son algunos interrogantes que surgen tras su lectura. Cuestiones que sirven para poco si después de este empacho de letras (no hay ni siquiera puntos y aparte en las casi doscientas páginas) acabas saciado y rumiando el libro sin ganas de nuevos alimentos. Un arrebato convertido en librazo. Un empujón que ayuda a creer en los clásicos prematuros.