Pienso en la noche. Pienso en estar un sábado por la tarde solo en una redacción de periódico. Las luces estás apagadas por sectores y sólo se oye el tenue zumbido de los ordenadores encendidos. Media tarde en un polígono que llega a su punto de ebullición entre semana y descansa sábados y domingos.
Casi cambio de mes. Cierran los polideportivos, las bibliotecas y las calles rugen de otra forma. En agosto se descubren los parques en Madrid, que decía Benedetti. Todo parece más tranquilo aunque todo siga igual.
Y llega la noche. Parece un momento de tregua al calor, pero qué va. Jode más que por la noche haya bochorno.
Y el caso es que recuerdo noches en los Andes. Y lo recuerdo porque lo hablaba el otro día con Pablo: eso tugurios de pinturas goyescas. De gente con piel de cuero y deformada por el alcohol, con aliento insecticida y bebiendo ‘chicha’ de maíz, una bebida oscura y densa, con tropezones sólidos y un sabor amargo.
Se va el mes. Pienso en Goya y pienso en que el último sábado que pasé aquí mi padre se llevó tal cantidad de periódicos que se pasó hasta el día siguiente leyendo.