A alguien que silba no se le pueden obstruir las arterias. A alguien que se pasa el día leyendo, haciendo crucigramas, paseando desgarbadamente o seleccionando libros para la mesita de noche, no. De ninguna manera. A quien ríe a mandíbula batiente por un chiste mil veces repetido, bebe dos vasos de agua antes de salir de casa o consulta los diarios periódicamente no.
Se le podrían angostar a aquel que grita, que insulta, que se queja del calor y del frío, de los coches y de la soledad, de los buenos hábitos y de la buena gente.
Lamentablemente, a veces hasta el organismo, el cuerpo humano, las células y moléculas se traicionan a sí mismas y le da un apretón in intencionado y apuntan hacia su propia alma.
En casos así también se aprende que vivir, aunque sea al amparo de una magnífica persona, merece la pena.