La anticipación es ese dulce dolor de saber lo que vendrá después, una necesidad para el verdadero escritor. Y me interesaba tan poco lo que escribiría a continuación, o la frase siguiente, como el color de los marcianos.
Richard Ford permanece a la sombra de los grandes novelistas americanos. Don Delillo o Philip Roth, mediáticamente, le hacen una sombra injustificada.
Sin embargo, en este comienzo de la trilogía que entraña su Día de la Independencia y Acción de Gracias, el estilo de un escritor maduro, la narrativa en su opción más prosaica y literaria y la ausencia de tema como eje articulan un libro que se consagra como un magnífico ejercicio de artesanía lingüística.
Al estilo del Chesil Beach o Sábado de Mc Ewan, este libro con nombre de profesión bien podría llamarse Pascua, pues solo transcurre en este día, aunque ofrezca saltos temporales y tramas paralelas que complementan la novela.
Lectura reposada. Incluso compaginable con algo más digerible. Que, lejos de cargar con el motivo de la crisis de media edad burguesa, da una lección de literatura y, por tanto, de vida.