«El gobierno chino se compromete a comprar deuda española a corto y a largo plazo»
Deuda como frigoríficos. A plazos y sin intereses. Como enciclopedias con regalo de un televisor último modelo o del último producto adelgazador de la teletienda.
Deuda a mandíbula batiente («Pues con esta deuda a corto plazo me sale el mes mucho mejor que las garantías del Carrefour»). Deuda a trompicones («A ver si dejo ya de comprar la maldita deuda, que ahora con el coche y el euríbor…»). Deuda a regañadientes («Ya te dije que no te empeñaras en la deudita, que no te iba a dar más que problemas»).
Esta claro que los chinos son tipos poco escrupulosos: igual se comen una gamba marinata que una rana en salsa de soja. Pero a la hora de invertir hay que reconocer que son ambiciosos y trabajadores: si ya poseían la mayor parte de infraestructuras africanas y medio mercado mundial, ahora les hemos dado la oportunidad de oro: comprar países en crisis.
Pero, ¿cómo se compra una cantidad en negativo?
Suena al chiste de aquel que entra en un bar que presume de hacer bocatas de cualquier cosa imaginable y pide un bocadillo de elefante. Al quejarse de que entre pan y pan no hay nada le contestan: «debe de haberte tocado el ojo del culo».
A China les ha tocado el esfínter español. El vacío de una burbuja reventada. Las cifras de una vida desmesurada. Nos hemos creído a pies juntillas eso de engañar «como a un Chino». No podemos imaginarnos, ni mucho menos, que puede suponer ser la marioneta de un gigante asiático con gran presupuesto militar (más armas a otro estado que no sea Israel) o acabar con cualquier alusión a esos Derechos Humanos que tanto endulza la boca de los políticos.
En fin, se vende deuda, señores. Oferta especial de saldo: ¡reconstruya la costa a causa de la deuda que ha creado esa misma construcción! ¡Nos la quitan de las manos!