Premios Nobel y más.

Todos los días hay algunos premios por festejar.

En el ámbito literario, no hay nada más preciado que un Planeta cargado con cien millones de las antiguas pesetas. Viendo los llantos y la opacidad de la industris editorial, cualquiera diría que han dejado de convocar algo que, a todas luces, no es más que un chorreo de dinero seguida de márquetin.

Que Vargas Llosa estuviera a punto de publicar un nuevo libro antes de la celebración del Nobel era pura casualidad. Que sea un súperventas, quizás no. Nos movemos a golpe de anuncios. Y así hemos descubierto a un prisionero chino que recibe el de la Paz sin que ningún dirigente mueva un dedo y con la mofa paralela de que el gobierno de este país se invente otro premio con el nombre de Confucio y aquí paz y después gloria.

Me pareció haber oído a más mandatarios alardear de progresismo cuando premiaron a Guillermo Fariñas, disidente cubano que ni siquiera está preso y que puede, incluso, dar declaraciones y – quizás- hasta acudir a recibir galardones.

En fin, entre estos misterios sin resolver (Cuba y Venezuela en la mirilla; Irán, China, Corea del Norte, Libia y un largo etcétera en los despachos presidenciales) podemos hasta firmar leyes contra el burka «en edificios públicos». Esto es, que mientras el marido la tenga resguardada en casa y tapada de los pies a la cabeza, todo va bien. El caso es que no lo veamos. Que no nos duela la superioridad cristiana y occidental.

Lo próximo puede ser, por ejemplo, prohibir las lapidaciones en la plaza del pueblo o las peleas de gallos en las fiestas patronales.

Todo son avances.

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