Así, a vuelapluma, el cambio de ministros supone un giro inesperado y hasta sorprendente a pocos resortes del inacabable precipicio. sitúa al actual gobierno un poco más acorde con sus siglas y, por qué no, con esa masa de votantes unida al símbolo del puño y la rosa que bajo la sombra de Pablo Iglesias sólo corresponde, de momento, a Felipe González.
Por eso es una buena jugada: colocar a algún que otro bastión y arrimarse a los sindicatos cuando sospechan que su discurso se empieza a acoplar al de los medios de la derecha es un movimiento importante para, al menos, retener a sus seculares votantes.
Que el ataque sólo provenga desde la oposición y el conservadurismo mediático no es sólo algo consabido sino el reflejo fiel y diáfano de una izquierda (real) noqueada por el ostracismo electoral y de una prensa más políticamente correcta que el BOE.