Que en El País aparezcan artículos o páginas dobles sobre el panorama cubano es, a falta de otras noticias, un recurso habitual. Que sus columnistas progres escriban en contra de este sistema, también.
Desde que nos pusimos la chaqueta de pana y nos subscribimos al estado del bienestar a cualquier precio, la agudeza crítica e informativa parece resistirse a traicionar las bases de una socialdemocracia de postín que no encuentra hueco para ideales limpios de impurezas bursátiles.
Decir que un modelo es obsoleto después de cincuenta años no es una contradicción sino una verdad de perogrullo. Ni el comunista cubano ni el capitalista occidental funcionan.
El primero, debido- entre otras cosas- a un bloqueo económico que oprime las bases del intercambio y la cooperación que defiende.
Que un editorial diga que tiene que «adecuarse a un sistema del siglo XXI» sin dar muchas más razones que el manido anacronismo no es profesional ni serio. Se podría mojar y decir, por ejemplo, que ya es hora de que sus ciudadanos nos copien y vivan por encima de sus posibilidades; que se endeuden hasta el cuello en casas y coches; que el Estado mercadee con armas para enriquecerse o que- en lugar de prestar servicios públicos- privatice y amanse a la población por medio de cheques-regalo, como si fuera un centro comercial.
Eso sí que es contemporáneo y realista, dónde va a parar. Y, lo mejor de todo, no conduce a engaños ni a contradicciones: una moneda de dos caras y sálvese quien pueda.