El gobierno se queja de la reducción del precio en el tabaco de liar por parte de las compañías para captar fumadores:
«El ministerio no puede hacer nada contra la libre competencia». Qué bonito. Qué democrático. Viva Elena Salgado y su preocupación por el bien común.
En realidad, lo que estaba pensando es «Cómo narices les subo yo ahora las tasas a mis amiguitos empresarios». Todo en nombre de la sanidad, claro. De la sanidad y de la democracia, por supuesto. Porque igual de democrático es permitir que cada uno fije el precio adecuado para su producto abonando impuestos que aprobar una ley en contra de los pequeños hosteleros que ven cómo su negocio se va a pique sin fumadores. Aquí está clara una cosita sin mucho interés ni resuello: cada uno hace lo que quiere, pero nosotros te decimos lo que quieres.
¿Que votas en contra de la Constitución Europea? Tranquilo, repetimos las elecciones tantas veces como sea necesario o, en el peor de los casos, nos acatamos a la mayoría, que (paradógicamente) ha sido afirmativa.
¿Qué dices «no» a la prohibición de fumar en espacios PRIVADOS (en mayúsculas, porque lo público ya sabemos que le pertenece a las corporaciones, y al final lo privado va a ser lo único donde se tenga capacidad de elección)? Pues nos enfadamos y proponemos otra ley hasta que no te quede más remedio que aceptarla o cerrar el chiringuito.
Al final vamos a desear que llegue el día siguiente para poder echar unas caladas en la puerta del curro. Criticando, a nuestras anchas, a jefes y compañeros.
Porque esto del libre comercio está muy bien, salvo por una pequeña corrección: no es libre. Decir «comercio» junto a «libre» es como, recordando a Groucho, encadenar «inteligencia» con «militar». Si fuera libre- como lo somos los ciudadanos dignos y participativos de este «Estado del bienestar»- no habría dobleces: lo estipularía el Estado, que para eso somos todos. Pero no. Parece que la ministra y demás defensores del sistema prefieren jugar a las dobles tintas y al progresismo de postín.