El síncope de la Academia.

Empezamos quemados. El mercurio fluye cenital y el riego no llega al cerebro. Sudor y quejido se apoderan del Estado mientras una apoplejía embota el sentido colectivo. De nuevo, un bramido arrullador ha empitonado la ‘eurocracia’. También a las ‘oenegé’, por vez primera. Así reza la RAE, que con sus casi tres mil actualizaciones hiere ‘alguna sensibilidad social de nuestro tiempo’: la mía, en contra de su dogma.

La modernidad se ejecuta por sistema. Se acepta por derecho, porque nadie atiende a estos. Los bardos de la Lengua se enfangan con esta m-i-e-r-d-a y obedecen ritmos transgénicos. Dar cera, pulir cera nos abrió la puerta laxante desde oriente, y por sistema unas bayas tibetanas con forma de cayena deshielan impuras por la nívea loza, por su exceso de mercurio (además de plomo, cobre y cadmio).

Moderno y flamante posmoderno consiguen ciclar el diccionario en términos de doping, furtivos en el curso natural de la vida. Los miembros de la Academia conceden y sellan desde la poltrona, sin buscar otras vertientes al margen de tendencias. ¿Por qué me hierve la sangre?

Estoy en Ponferrada, fría como el metal y ardiente como el carbón. Se expele de su nombre. En medio de la canícula apetece zambullirse en la pisti. Entre tanto ‘cultureta’ y lector de ‘libro electrónico’ tropiezo con especies no recogidas por los académicos, despreciadas por obsoletas: el pepito-piscinas (en su versión proteína) y el opositor a cáncer de piel. Vigorexia y tanorexia no aparecen en el Diccionario. Hoy, cuando el bronceador cumple 75 años y la RAE vuelve a renovarse. ¡Vaya dos chinchetas para la poltrona!

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